Aquel que nunca ha fracasado, es porque tampoco nunca lo ha intentado.
miércoles, 11 de enero de 2012
ABEBE BIKILA ,LA LEYENDA DE UN MITO.
Abebe Bikila nació el 7 de agosto de 1932 en Jato, un pequeño pueblo etíope cercano a la ciudad de Mendida. Durante su infancia se dedicó a estudiar y también ayudaba a su padre, que era pastor. Con 20 años ingresó en el cuerpo de la Guardia Imperial, una salida fácil para conseguir el sustento diario, donde comenzó a destacar como atleta. Los integrantes de la Guardia Imperial tenían fama de resistentes, pero Bikila sólo había corrido esporádicamente, mas como una forma de sobrevivir y jamás había participado en una carrera. Según cuentan algunas crónicas, el momento clave para su inicio en la carrera deportiva fue cuando vio a un grupo de deportistas que llevaban un chándal con la palabra “Etiopía” en la espalda. Cuando se enteró que eran atletas olímpicos de su país quiso ser uno más dentro de ese equipo.
El destino lo puso en manos del talentoso entrenador sueco Onni Niskanen, contratado por el gobierno de Etiopía para entrenar a sus atletas, quien supo tener la paciencia y sensibilidad para transformar un diamante en bruto en una preciada joya. A base de novedosos entrenamientos, fortalecidos con baños sauna, ejercicios de baloncesto y largas carreras en carretera, el estilo de Bikila se transformó en una máquina perfecta de devorar kilómetros.
En 1956, con 24 años, Abebe Bikila participó en los campeonatos nacionales de las fuerzas armadas de su país. En Etiopía el gran héroe nacional en el aquel entonces era Wami Biratu, que contaba con los mejores registros, tanto en 5000, como en 10.000 metros. Pero, en esos campeonatos, un desconocido Abebe Bikila lograría arrebatar a Wami Biratu la victoria en los 5000 metros; más tarde pulverizaría los registros de Biratu.
Llegaron los Juegos Olímpicos de Roma de 1960 y Abebe Bikila vio cumplido su sueño de poder vestir la camiseta nacional y representar a su país en unas Olimpiadas. Bikila era un desconocido cuando llegó a Roma. Aunque en su país había corrido un par de maratones con buenos resultados, el resto del mundo apenas tenía noticia de él. El atleta etíope se presentó en la salida, ante la extrañeza general, con los pies desnudos. Parece ser que no se encontraba cómodo con ninguna de las zapatillas suministradas por el patrocinador del equipo, por lo que decidió correr descalzo los 42 kilómetros y 195 metros. Al fin y al cabo, esa era la manera en que entrenaba en su país. El propio Bikila añadiría posteriormente épica al asunto declarando: “Quería que el mundo supiera que mi país, Etiopía, ha ganado siempre con determinación y heroísmo”
La carrera dio comienzo a última hora de la tarde, con el fin de evitar las altas temperaturas del tórrido verano romano. Niskanen había aleccionado a Bikila sobre sus principales rivales, haciendo especial hincapié en el dorsal número 26, el marroquí Rhadi Ben Abdesselam. Hacia la mitad de carrera, mientras el crepúsculo caía, se formó un reducido grupo, donde se encontraba Bikila, comandado por el dorsal 185. El temido dorsal 26 no formaba parte del grupo. De hecho Bikila no consiguió verlo en todo el transcurso de la prueba. Pronto se quedaron Bikila y el citado dorsal 185 solos en un apasionante mano a mano. A esas alturas de carrera la noche había caído completamente sobre la capital italiana. El recorrido nocturno por la Via Appia romana estaba flanqueado por antorchas portadas por guardias italianos, lo cual confería a la prueba una belleza espectral. En el último kilómetro, Bikila esprintó y dejó atrás a su competidor, llegando a la meta en primer lugar, consiguiendo la mejor marca de todos los tiempos con un tiempo de 2h15’16’’ y convirtiéndose en el primer medallista olímpico de oro de un país africano. Más tarde, Bikila supo que su desconocido rival número 185 no era otro que el temido Rhadi Ben Abdesselam, que finalmente no había portado el anunciado dorsal 26.
Una suerte de justicia poética hizo que el triunfo del atleta etíope tuviera como marco el histórico Arco de Constantino, bajo el que estaba situada la meta. Desde ese mismo Arco habían partido 25 años antes las tropas de Mussolini para conquistar Etiopía. Además, el ataque final de Bikila se había producido al paso por el Obelisco de Axum, monumento etíope expoliado por las tropas italianas durante aquella guerra. De esta forma, la victoria de Bikila, recibido como un héroe al llegar a Etiopía, adquirió un valor simbólico en el país africano que sobrepasaba lo puramente deportivo.
La victoria romana significó para Bikila el ascenso a sargento, y un anillo de diamantes –a cambio, Negus Haile Selassie, emperador de Etiopía, se quedó con la histórica medalla-. Pero Etiopía no era un país tranquilo. Bikila, como parte de la Guardia Imperial, fue involucrado en un fallido intento de golpe de Estado, en el que no tuvo parte activa. Junto con los otros conjurados, fue condenado a morir en la horca, pero el Emperador amnistió al héroe nacional y lo reincorporó a filas. Los demás no corrieron la misma suerte.
Cuando comenzaron los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, el estado físico de Bikila estaba bastante debilitado. Había sido operado de apendicitis seis semanas antes de la maratón a disputar, lo cual afectó su programa de entrenamiento para dicha prueba. No obstante, y aunque esta vez utilizó zapatillas, volvió a obtener la medalla dorada y nuevamente estableciendo una nueva marca mundial: 2 h 12 m 11 s.
En los Juegos Olímpicos de México 1968, Bikila fue afectado por la altitud, viéndose forzado a abandonar la prueba tras haber recorrido 17 kilómetros.
En el año 1969, el atleta se vio involucrado en un accidente de autos cerca de Adís Abeba, en Etiopía, que le produjo una parálisis total del cuerpo desde el abdomen hacia abajo. Bikila nunca pudo reponerse totalmente del accidente, y falleció a los 41 años de edad.
El estadio nacional de Adís Abeba fue nombrado en su honor.
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